martes, 31 de marzo de 2009

Tíbet, el pequeño travieso

José Cabello.
Mamá China ha tenido un arranque de compasión y, tras un año encerrada en su cuarto sin comer y sin tele, ha decidido levantarle el castigo a su pequeño adoptado Tíbet. Su tutor, alguien que se hace llamar portavoz de Turismo del Gobierno, ha visto como muy bueno el comportamiento del pequeño tras sus continuas rabietas contra su madre. Como premio ejemplar a esa actitud, a partir del 5 de abril podrán acercarse a visitarle sus amigos de siempre, los turistas extranjeros.

En el barrio nadie comprendía muy bien por qué se le castigaba al pobre Tíbet, cuando lo único que pedía era que se le dejara vivir solo, que cincuenta años eran suficientes viviendo al amparo de unos padres adoptivos que entraron en su vida por la fuerza y tomaban todas las decisiones en su lugar. Mientras Tíbet buscaba un apartamento de soltero, su mamá le quitaba sus ideales a palos; Tíbet tenía una pequeña conciencia interior formada por miles y miles de seres pequeñitos que se manifestaban en sus entrañas en busca de que alguien los escuchara. De nada sirvió que gente de otros barrios se aliara con la intención de conseguir entre todos un hogar más seguro y feliz y menos dictatorial; madre no hay más que una, para lo bueno y para lo malo. Las semanas pasaron y en la tele ya sólo ponían unos juegos que se celebraban en casa de mamá China, que invitó a toda la ciudad. Muchos se solidarizaron con ese pobre niño que se estaba jugando quedarse sin Reyes Magos y manifestaron abiertamente su decisión "irrevocable" de no ir, pero al final todo se quedó en bonitas palabras ante los medios de comunicación.

Mientras tanto, Tíbet se aburría en su cuarto. Gritaba y pateaba las paredes en busca de alguien que le ayudara, pero no consiguió el más mínimo gesto afectivo de toda la gente que, reunidos todos en casa de mamá China, no oían los lamentos por el alto volumen de la música y los canapés y aperitivos que les ofrecían por la cara.

Con el tiempo, mientras Tíbet dormía antes de una nueva jornada de castigo, lograron pillarle desprevenido. Tras una sedación mediática, permitieron el paso a ciertos amigos, pero con reservas: para entrar a verle tenían que tener un visado chino y un permiso especial de su tutor, el Buró de Turismo tibetano.

Ahora las cosas son distintas, por suerte. Tíbet es feliz en casa con su mamá, o al menos eso parece. Le han levantado el castigo de muy buena gana. Ahora saca buenas notas en el cole y no da malas contestaciones. Hay unas personas que trabajan en agencias de viajes que están facilitando las posibilidades de hacer nuevos amigos turistas que le vayan a visitar de vez en cuando. En tardes soleadas, mientras toma el té con su mamá viendo la televisión, se le escapa una sonrisa a la vez que pregunta: “¿Me podré ir algún día de casa, mami?”. Su progenitora de pega, acariciándole la cabeza insiste: “¿Dónde vas a estar mejor que aquí?”. Los ancianos de otros barrios, independizados hace tiempo, lloran la muerte de ciertos ideales y se apiadan de la juventud de hoy en día, pues ya no se lucha por lo que se quiere.

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